La presidenta mexicana Claudia Sheinbaum ha hecho lo mismo —y no ha hecho lo mismo— que la opositora venezolana María Corina Machado. Lo explicaré enseguida.
Sheinbaum, en 1977, a los 15 años de edad, apoyando un ayuno de Rosario Ibarra, dio sus primeros pasos en el activismo contra un sistema político autoritario que parecía invencible, el del PRI.
Es de 2002, cuando tenía 34 años de edad, el primer dato que registra internet del activismo político de María Corina Machado contra un sistema político autoritario que parecía invencible, el del chavismo en Venezuela. En ese tiempo ella cofundó una ONG, Súmate, para promover la participación en las elecciones de ese país.
Hasta ahí, aunque la primera haya luchado mucho más tiempo que la otra, Claudia y María Corina han hecho lo mismo: defender la democracia.
Entonces, parece de lo más adecuado entregar el Premio Nobel de la Paz a una mujer que ha dedicado 23 años de su vida a la difícil lucha contra el autoritarismo.
Ahora vemos por qué no han hecho lo mismo Claudia Sheinbaum y María Corina Machado.
Lo que no se ve procedente, no en términos democráticos, es buscar la victoria en Venezuela suplicando el apoyo militar de una potencia como Estados Unidos. Lo ha hecho María Corina y no se le puede aplaudir.
En México, el movimiento político de izquierda, en el que Claudia ha participado durante tanto tiempo, alcanzó la victoria en 2018 sin violencia y sin ayuda del extranjero —ni militar ni de ninguna otra clase—.
No puedo evitar un sentimiento de decepción relacionado con el Comité Noruego del Nobel. Me pregunto por qué una lucha todavía más difícil que la emprendida por la oposición venezolana, la de la izquierda mexicana, no mereció el importante premio.
Es verdad, en Venezuela hubo innegablemente un fraude electoral, en 2024, contra el candidato al que respaldaba María Corina Machado, Edmundo González. Pero en México, no resulta muy difícil comprobarlo, el fraude de 2006 contra Andrés Manuel López Obrador, el candidato de Claudia Sheinbaum, fue mucho más evidente—.
La oposición venezolana ha buscado patrocinio extranjero, económico y militar: ahora mismo lo recibe de la manera más brutal, con buques de guerra y aviones de combate de Estados Unidos. La izquierda mexicana se las arregló con un patrocinio mucho más valioso y ciento por ciento nacional: el del pueblo de nuestro país.
De ninguna manera cuestiono que se haya dado el Premio Nobel de la Paz a una activista democrática. Lo que no entiendo es por qué María Corina Machado lo dedicó al gobernante que ha ordenado el despliegue de fuerzas militares para atemorizar al régimen venezolano: “Dedico este premio al sufrido pueblo de Venezuela y al presidente Trump por su apoyo decisivo a nuestra causa”.
Eso del “apoyo decisivo a nuestra causa” no es de ninguna manera democrático porque es un apoyo fuertemente armado. Cualquier persona con vocación democrática habría preferido para Venezuela una oposición capaz de triunfar mediante la resistencia civil, que fue la estrategia utilizada por la izquierda mexicana para llegar al poder.
Cuando le preguntaron a Claudia Sheinbaum sobre el Premio Nobel de la Paz que ha recibido María Corina Machado, la presidenta de México dijo: “Nosotros siempre hemos hablado de la soberanía y autodeterminación de los pueblos. No solamente por convicción, sino porque así lo establece la Constitución. Y me quedaría hasta ahí en el comentario”.
Cuando escuché a Sheinbaum pensé que había sido un error. Muy pronto, la galardonada justificó plenamente la no felicitación de la presidenta mexicana: ocurrió cuando dedicó el Nobel a quien envió poderosas fuerzas militares para intentar, de esa manera, imponer un nuevo gobierno en Venezuela.
El apoyo extranjero siempre será condenable para combatir a un gobierno, y claro está, si se trata de apoyo externo militar estamos hablando de algo muchísimo más condenable.
Por lo demás, la gobernante de México actúa con prudencia al rechazar, con su “sin comentarios”, lo que se le podría ocurrir, a partir del ejemplo de Venezuela, a la oposición mexicana derrotada a la buena en las urnas: buscar un invasor extranjero.