En política la democracia es el paradigma dominante en el mundo desde el 24 de octubre de 1945. Nadie (izquierdas, derechas o centros) niega a la democracia como la forma superior de gobierno, el mundo es de los “demócratas”, seres variopintos y amantes de la retórica en cuya boca la palabra democracia se transforma en el bien supremo.

¡Pueblo, yo sí soy demócrata, los otros unos autoritarios comunistas, populistas, neoliberales o fascistas de mierda!

Las democracias fracasan si y sólo sí porque de democracia cada quien hace el discurso que más guste al demos para hacer del cratos la empresa que mayor rédito aporte a la voluntad política. El punto central lo descubrió un politólogo estadounidense que no recibió el Premio Nobel de economía: Robert Dahl.

¿Who Govoerns, quién gobierna, quién manda?

Dahl desarrolló las teorías fundamentales que han dado forma al estudio de la política y las ciencias sociales en general, su análisis de la democracia como un sistema político dinámico y complejo debiera ser libro de cabecera de políticos y opinadores.

La poliarquía es la realidad, la neta de la vida política de los Estados de la modernidad, de la posmodernidad y de la metamodernidad. La poliarquía implica un amplio acceso de los ciudadanos al proceso político, la existencia de competencia política con elecciones libres y justas, junto con el pluralismo de opciones políticas.

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Su texto de 1961 ¿Who Govoerns? es un estudió micropolítico de la comunidad New Haven, Connecticut, que muestra que el poder no está concentrado en una sola élite dominante, sino distribuido entre diversas organizaciones e instituciones, un poder plural.

Es una mentira del tamaño de un agujero negro que sea el individuo el que liberalmente determina desde su autonomía de la voluntad lo que su mundo debe ser. En las actuales sociedades estructuradas por grupos (la familia, la escuela, la iglesia, el partido político, el club deportivo, la empresa, la tribu urbana, el pop musical, el grupo étnico, la clase social, la identidad sexual, y otros) la voluntad individual se somete al molde impuesto por el grupo porque nadie es Robinson Crusoe viviendo en la “isla desierta”.

El credo llamado democracia tiene sus iglesias, adoratorios del dios Demos que otorga los favores sociales, políticos, económicos o culturales del cratos a sus sacerdotes y fieles: los políticos. Un político, política o polítique, pues los hay de todos los géneros posibles, es un sujeto que en la poliarquía ha obtenido el favor del demos a cambio de promesas dentro del credo democrático.

Los políticos (en el masculino gramatical y ortodoxo que integra y no discrimina) los hay de diverso tipo y clase: los clásicos organizadores que se forjan en las calles, los que desarrollan ideas que las plasman en la retórica discursiva de la oratoria ante las masas, los que dominan el arte de gobernar (de mandar), los que se han inventado y por tanto dominado la “ciencia” de la administración de lo público, los que dominan la economía política y la política económica, los que dominan el arte de la representación tribal (urbana y rural), los virtuosos de las relaciones públicas (sabios constructores de acuerdos), los que desde la toga y el birrete administran justicia negando a la política, y todos y todas aquellas amantes de las causas imposibles pero muy redituables. En síntesis, toda, tode o todo aquel que domine las relaciones de poder. ¿No que no, Foucault?

Aristóteles era un genio no porque estaba empecinado en las ideas como Platón sino porque describía realidades, en filosofía política, ciencia política y ciencias sociales es necesario retornar al realismo aristotélico y abandonar toda forma de idealismo, hay que preferir la neta a la ilusión mentirosa. La democracia es el espacio dominante de la política, pero es la política en sus múltiples manifestaciones la que forja su democracia al gusto, la democracia a la carta.

No sólo es una falacia sino una grosería metafísica afirmar como el cristiano liberal Lincoln que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, porque el pueblo no es una entidad homogénea sino una diversidad determinada por sus intereses. No se equivocaba el viejo Marx cuando afirmaba, en el más crudo realismo aristotélico, que la democracia actúa como un aparato para proteger a los intereses de quienes mandan. Hoy la democracia es autológica, no hay una definición universal y válida de ella, la democracia es la realidad en donde la política sólo puede ser posible, una plastilina moldeable al gusto en donde las relaciones de poder construyen los saberes del mando, del Who Govoerns.