Amor
Sólo la voz, la piel, la superficie
Pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
Rebalsaría y la mano ya no alcanza
A tocar más allá.
Distraída, resbala, acariciando
Y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada
Sin advertir el ulular inútil
De la cautividad de las entrañas
Ni el ímpetu del cuajo de la sangre
Que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
Ya para siempre ciego del sollozo.
El que se va se lleva su memoria,
Su modo de ser río, de ser aire,
De ser adiós y nunca.
Hasta que un día otro lo para, lo detiene
Y lo reduce a voz, a piel, a superficie
Ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
La oculta soledad aguarda y tiembla.
Fue un día como hoy pero de 1925 cuando nació en el entonces Distrito Federal, Rosario Castellanos. Creció en Chiapas y la juventud le trajo a la ciudad para estudiar Filosofía y Letras en la UNAM. Hoy cumpliría 100 años y ese centenario parece expandir su obra en una fuente que nunca se agota.
Creo que hay denuncias de la eterna escritora tan vigentes que hasta incomoda pensar en lo poco que se ha transformado lo que tanto celebramos. Al releer a Rosario Castellanos creo que escribía sobre los derechos de las mujeres pero principalmente criticaba el poder de los hombres.
Ese poder manifiesto igual dentro del amor que dentro de la sociedad misma, como letras que lograron dibujar nuestra inacabada naturaleza en la que aquellos tienen acceso al punto final y a la voz universal. Es profundamente sensible y a la vez, profundamente feroz.
Me parece que tomarnos el tiempo de pensarla y leerla es más que homenaje, es lectura y relectura del espacio del que venimos, una explicación de lo que somos mientras vamos dejando de ser.
Me encantaría poder leer a Rosario como un pasaje al pasado pero sigo encontrando en sus reclamos varios mandatos del ser mujer y del ser no-amadas, de las nuevas soledades que acompañan a las sociedades hiperconectadas qué ella no vivió.
Por ejemplo,en De la vigilia estéril, publicado en 1950 por ediciones América, cuando ella tenía 25 años, escribe en el poema “Destino” un fragmento final que reza: Una mujer se llama soledad. Se llamará locura. Reclamando los destinos impuestos, es difícil saber cual de todas las experiencias del ser mujer vivía con mayor soledad. Si la de los mandatos represores de aquella época que fácilmente reducían a las mujeres a madres y esposas o si la de la mujer contemporánea que habita en la auto explotación, la hiperproductividad, la que o desea ser madre y tampoco necesita hombre. La que no está dispuesta a aceptar cualquier cosa y tiene más anhelos como metas personales que ansiedad por estar con alguien.
Si Rosario Castellanos viviera, sus letras sobre sangre, huesos, muertes y ausencias habrían abandonado su metáfora del metanivel literario para mirar que hoy ser mujer tiene mucho que ver también con ser simplemente hueso retratado o testimonio de sangre sobre muebles. Sus ojos se habrían horrorizado y entre todo eso que nunca se nombró en su época, tal vez los fragmentos de realidad se habrían recrudecido.
¿Se haría llamar feminista si es que hoy habitara las discusiones en las que sus ojos sentaron una base para entender El eterno femenino?
Lo que es claro es que su voz sigue siendo lumbrera y su pensamiento una base que reclama, desahoga y comienza a desmitificar el deber de “ser” mujer que impusieron los que no eran mujeres para transitar a una complejísima construcción no solo del ser mujer sino de la mujer mexicana.
Rosario Castellanos, eterna a cien años de nacer.