Vivimos tiempos en que las divisiones se profundizan. La animosidad prevalece sobre la comprensión y fractura la sociedad. Ante esto, el “sentido de comunidad” no puede ser un ideal nostálgico. Debería ser un instrumento vital para el progreso, la resolución de disputas y la generación de prosperidad compartida.

Nací y crecí en Monterrey. No es un secreto que los lazos que nos unían se desgastaron, bajo el peso del individualismo y la polarización. Ahora deberíamos darnos a la tarea de cultivar conscientemente la comunidad. Es una labor esencial para reparar el tejido social, fomentar la empatía y construir un futuro compartido.

El poder de un fuerte “sentido de comunidad” reside en su capacidad para trascender las fronteras ideológicas. En las naciones polarizadas, esta interconexión se ve eclipsada por las voces amplificadas de la división.

La necesidad humana fundamental de pertenencia y conexión persiste. Un enfoque en espacios locales compartidos, objetivos comunes (como mejorar las escuelas o la infraestructura local) y la ayuda mutua puede crear núcleos de unidad que trascienden las afiliaciones políticas.

Las encuestas coinciden en que el sentido de apego comunitario es más fuerte en las zonas donde se percibe una mayor compatibilidad política, lo que sugiere que incluso una brecha ideológica moderada no necesariamente anula los lazos comunitarios.

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Un sólido sentido de comunidad proporciona un terreno fértil para la resolución de disputas. Cuando las personas se sienten conectadas entre sí, es más probable que aborden los desacuerdos con un espíritu de compromiso en lugar de una oposición arraigada.

El poder de la empatía y la comprensión de las necesidades son esenciales. Una comunidad sólida fomenta la confianza relacional que permite un diálogo basado en valores compartidos. La comunidad es un proceso, es una conversación, en donde las personas coexisten respetando su diversidad social y aceptando el compromiso político. Aceptación y respeto son un poderoso antídoto contra la mentalidad del “nosotros contra ellos” que alimenta la polarización.

Una comunidad cohesionada está intrínsecamente ligada a la prosperidad compartida. Cuando las personas sienten un sentido de propiedad y responsabilidad colectivas, son más propensas a invertir en sus espacios compartidos y a apoyar iniciativas que beneficien el bien común. Esto se manifiesta en el desarrollo económico local, proyectos colaborativos y la voluntad de contribuir al bienestar de todos los miembros de la comunidad, independientemente de inclinaciones políticas.

Al involucrar activamente a los ciudadanos en la toma de decisiones, los gobiernos locales pueden fortalecer la confianza, fomentar la colaboración y crear un sentido de pertenencia compartido en sus comunidades. Se construye el camino hacia una prosperidad más inclusiva y sostenible.

Sin embargo, construir y mantener un “sentido de comunidad” no está exento de desafíos. La profunda animosidad y desconfianza que fomenta la polarización pueden dificultar la conexión interideológica. Superar esto requiere un esfuerzo consciente para crear un “capital social puente”, como lo plantea Robert Putnam, fomentando las conexiones entre grupos diversos en lugar de simplemente reforzar las redes homogéneas.

El “sentido de comunidad” es uno de los aspectos más profundos de la vida humana. Trasciende la geografía, la cultura y la edad. Es identidad compartida, apoyo mutuo y propósito colectivo. Es fundamental para el bienestar personal, la cohesión social y la capacidad de los grupos para superar desafíos juntos.

¿Qué es el “sentido de comunidad”?

En esencia, el “sentido de comunidad” se refiere al sentimiento que tienen las personas de pertenecer a un grupo que se apoya mutuamente y está comprometido con objetivos y valores compartidos. El psicólogo Seymour Sarason, quien acuñó el término en 1974, lo describió como “la percepción de similitud con los demás, una interdependencia reconocida, la voluntad de mantener esta interdependencia dando o haciendo por los demás lo que uno espera de ellos”. Este sentido no es meramente emocional o sentimental; abarca la confianza, la responsabilidad compartida y la participación activa.

Recuerdo que cuando estaba estudiando la maestría en políticas públicas en Harvard leí un artículo que se acababa de publicar, que ahora es un clásico, en el Journal of Community Psychology (volumen 14, enero 1986): “Sense of Community: A Definition and Theory” escrito por David W. McMillan y David M. Chavis, de Vanderbilt University.

Los autores desglosaron el sentido de comunidad en cuatro componentes fundamentales:

  1. Membresía: El sentimiento de pertenencia o de formar parte de un colectivo. Esto incluye la seguridad emocional y la identificación con el grupo.
  2. Influencia: La idea de que los miembros se importan entre sí y para el grupo, y que tienen voz y voto en las decisiones del grupo.
  3. Integración y satisfacción de necesidades: La comunidad satisface las necesidades de sus miembros mediante valores compartidos e intercambios de apoyo.
  4. Conexión emocional compartida: Un vínculo que se desarrolla a través de historias, experiencias y tiempo compartido.

El sentido de comunidad es esencial para el bienestar individual y colectivo. Las personas que se sienten conectadas con sus comunidades tienen mayor probabilidad de experimentar resiliencia emocional, menores niveles de ansiedad y depresión, y un mayor sentido de propósito. A mayor escala, las comunidades con un fuerte vínculo interno tienden a ser más colaborativas, adaptables y capaces de movilizar recursos en tiempos de crisis.

Los movimientos sociales se fortalecen gracias al sentido de comunidad entre sus miembros. El movimiento por los derechos civiles y el activismo ambiental demuestran cómo los objetivos compartidos y las conexiones emocionales pueden impulsar a las personas hacia la acción colectiva sostenida.

La erosión de la comunidad

La urbanización, la tecnología digital y las normas culturales individualistas han provocado fragmentación social y aislamiento. Las personas pueden vivir en zonas densamente pobladas sin siquiera conocer a sus vecinos. Las interacciones en línea, si bien son convenientes, carecen de la profundidad y la responsabilidad de las relaciones en persona.

Esta erosión tiene consecuencias reales: aumento de los problemas de salud mental, mayor polarización y un debilitamiento del sentido de responsabilidad cívica. En respuesta, existe un creciente movimiento para reconstruir las comunidades, a través de iniciativas locales, espacios compartidos, voluntariado y gobernanza inclusiva.

Reconstruir el sentido de comunidad requiere un esfuerzo intencional. Comienza por escuchar, estar presente y crear entornos donde todos se sientan vistos y valorados. Las escuelas, los lugares de trabajo, las instituciones religiosas y los grupos vecinales desempeñan un papel fundamental. La tecnología, cuando se usa bien, puede fomentar la comunidad al conectar a personas con intereses o necesidades comunes. Las políticas públicas que priorizan la vivienda digna, los espacios públicos accesibles, la educación y la atención médica de calidad contribuyen significativamente a fortalecer las comunidades.

¿Qué logra un fuerte “sentido de comunidad”?

1. Cuando ocurre una crisis (un desastre natural, una emergencia de salud pública o disturbios sociales), el sentido de comunidad fomenta la cohesión social. Las personas son más propensas a actuar en beneficio colectivo, coordinar respuestas y brindarse apoyo mutuo cuando se sienten parte de un grupo más amplio y solidario. Esta solidaridad permite la rápida movilización de recursos y voluntarios, facilita una comunicación eficaz y fortalece la confianza en la toma de decisiones colectiva.

2. Un sólido sentido de comunidad protege a las personas del impacto psicológico de las crisis. La identidad y la pertenencia compartidas reducen los sentimientos de aislamiento, ansiedad e impotencia. Ayudar a otros dentro de la comunidad no sólo beneficia a quienes la reciben, sino que también mejora la salud mental y el bienestar de quienes ayudan, fomentando un ciclo de apoyo y resiliencia.

3. Durante las crisis, la confianza en las instituciones es crucial. Un fuerte sentido de comunidad anima a sus miembros a responsabilizarse mutuamente. Esto se extiende desde la familia inmediata y los vecinos hasta la ciudad o el país en general, creando una red de apoyo que puede absorber los impactos y acelerar la recuperación.

4. La resiliencia social (la capacidad de resistir y recuperarse de las perturbaciones) está profundamente vinculada a la fortaleza de los vínculos comunitarios. Las comunidades con altos niveles de conectividad y participación social están mejor preparadas para brindar apoyo, movilizar recursos y adaptarse a las circunstancias cambiantes. No se trata solo de supervivencia; se trata de la capacidad de recuperarse, reconstruir e incluso resurgir fortalecido tras la adversidad.

5. En tiempos de conflicto, un fuerte sentido de comunidad puede superar las divisiones, reducir las tensiones y promover el diálogo. Las conexiones emocionales compartidas y el sentido de pertenencia ayudan a las comunidades a gestionar sus diferencias y a trabajar hacia objetivos comunes, fomentando la paz y la estabilidad.