Lo más sencillo, sin que sea fácil, es hablar de libros; reseñarlos o criticarlos resulta mucho más complejo; pero escribirlos es, para casi todos, imposible. Por ello cada obra literaria, incluso aquellas imperfectas, merece una forma de atención respetuosa: si no la alabanza, al menos el reconocimiento de lo que implica haber sido escrita. No todos los títulos son obras maestras; más ninguno debe ser despreciado: cada página impresa es un regalo a la humanidad.
La literatura de horror es un arte difícil. No se sostiene en el sobresalto fácil ni en la imagen grotesca, como en el cine de terror, sino en la administración milimétrica de la inquietud. Y Seré tu sombra, la más reciente novela de M. A. García Lagunes, es prueba de que el miedo se puede construir con inteligencia, con ritmo, con contención. Desde sus primeras páginas, la tensión se va edificando con letras. Es un arte distinto, donde cada palabra tiene peso, donde el silencio es tan importante como lo que se dice.
El autor demuestra que es arquitecto y maestro de orquesta de la palabra. Porque en Seré tu sombra, el inicio es quieto e iluminado. Un preludio de calma que antecede a la tormenta. Las intertextualidades se agradecen y sirven para intimar con los personajes y con el propio escritor. Cada homenaje, cada referencia, funciona como un puente: no hay distancias entre el lector y la voz que narra, sino complicidad. Una suerte de cofradía de lo extraño. Esa mezcla de cultura pop con filosofía clásica y psicología, lejos de parecer un oxímoron, revela una sensibilidad amplia y aguda.
El narrador es omnisciente; empero también discreto. De ahí que la intriga no decaiga: la oscuridad lo va abarcando todo cual un crescendo melódico regresivo. Mientras que en la música el clímax se alcanza en la explosión de sonidos, aquí la catarsis se logra en la ausencia de respuestas lógicas. Es parte de la construcción de un antagonista oscuro que se va tejiendo con paciencia y virtud. Lázaro, el protagonista, aparece desde una analepsis brutal. La novela comienza prácticamente con el final, estrategia que refuerza la fatalidad. El lector asume que no hay redención. Sin embargo, eso no resta intensidad al trayecto; al contrario, lo potencia. Como en El túnel, de Sábato, el inicio nada más atiza la angustia conforme se acerca el final.
En sus formas y pulsiones, Seré tu sombra dialoga con lo mejor del género. Choca, hombro con hombro, con Poe, Lovecraft, Jackson, James, King, Dávila, Tario, Esquinca, Enríquez. Pero sin remedar. Su voz es propia. Tiene la furia controlada que augura una obra perdurable. Porque el horror no necesita galimatías barrocos; basta un golpe certero en el ataúd del vampiro que cada conciencia guarda. A diferencia de Ligotti, que muchas veces se disuelve en una prosa que roza el delirio onírico, García Lagunes no delira: narra y describe el delirio. Su pluma no se desvanece ni reta. Observa, disecciona, y en el fondo, nunca pierde el compás.
Lo que consigue García Lagunes es poco común: concilia el talento con el entretenimiento. Y lo hace sin arrogancia, sin coqueteo con lo comercial, sin concesiones formales. La inteligencia narrativa no está reñida con la experiencia del lector. Aquí se piensa y se tiembla al mismo tiempo.
El edificio inteligente, el instituto privado, la ciudad, el terapeuta, los niños, los locos, los soñadores, los vivos y los muertos: todo en esta novela converge hacia una exploración compleja y atmosférica del miedo. No hay exageraciones ni recursos efectistas. Lo que hay es inteligencia narrativa, oficio literario, y una mirada ética y estética sobre lo siniestro.
Seré tu sombra no se olvida. No solo se lee: se experimenta. Se arrastra como un sueño febril que al despertar sigue ahí, respirando detrás del espejo. Una novela que confirma que la buena literatura de horror no grita: susurra. Y susurra hondo.
Comparto la pasión por el fútbol con el autor. Sin embargo, yo no soy americanista. Mientras que él sí lo es. De un modo sutil. Adorable e inteligente, que contrarresta al odioso azulcrema por antonomasia. Por eso no me sorprendió su novela. Ya le había leído un símil exquisito entre el Quijote y Fidalgo. Al Poyo se le abrirá el mar de la literatura. Léanlo.