LA POLÍTICA ES DE BRONCE

Todo estaba listo. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, se preparaba para un momento simbólicamente poderoso: su primer encuentro en persona con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante la reunión del Grupo de los Siete en Canadá. A pesar de que México no forma parte del G7, su presencia como país invitado fue una clara señal de su peso geopolítico y del interés que despierta en las potencias mundiales. Sin embargo, el tan esperado apretón de manos no ocurrió. La agenda internacional dio un vuelco.

El estallido de nuevos enfrentamientos entre Israel e Irán precipitó el regreso anticipado de Trump a Washington. Los tambores de guerra en Medio Oriente sonaron más fuerte que la diplomacia continental. La reunión con Sheinbaum, que debía ser una oportunidad clave para encauzar una relación bilateral tensa y compleja, quedó aplazada sin nueva fecha.

La cancelación deja un sabor agridulce. Por un lado, muestra que la política internacional es imprevisible. Por otro, aplaza un diálogo urgente. La presidenta mexicana llegaba a esta cumbre con una lista clara de temas pendientes: las redadas antimigrantes que han sacudido a comunidades latinas en Estados Unidos, los señalamientos de la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, que acusan sin pruebas a Sheinbaum de alentar protestas violentas en Los Ángeles, el polémico impuesto del 3.5% a las remesas y los viejos fantasmas del proteccionismo estadounidense con sus aranceles al acero, al aluminio y a las exportaciones agropecuarias mexicanas, especialmente por el gusano barrenador.

La agenda no era menor. Las tensiones acumuladas desde que Trump regresó al poder habían creado un contexto complejo. Más aún cuando el tema del tráfico de fentanilo sigue siendo una constante en el discurso estadounidense, aunque sin una visión integral del consumo interno que alimenta ese mercado ilícito. El encuentro prometía ser el inicio de una relación directa entre dos mandatarios con posturas contrastantes: Sheinbaum, científica, sobria, institucional; Trump, empresario populista, volátil, disruptivo.

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Pero la historia tendrá que esperar. La diplomacia no se construye sólo con reuniones formales, pero estas marcan el tono de las relaciones. En este caso, la oportunidad se perdió por razones ajenas a los dos países, pero el tiempo juega en contra. La presidenta mexicana necesita establecer puentes con Washington antes de que se cierren las compuertas del año electoral en Estados Unidos.

No todo está perdido. La comunicación telefónica seguirá abierta, los canales diplomáticos no se han cerrado. Pero el simbolismo de una reunión cara a cara no se sustituye con llamadas. Lo que está en juego no es sólo la relación personal entre dos jefes de Estado, sino la definición de una nueva etapa en la relación bilateral más determinante para México.

Hoy, esa etapa queda en suspenso. Mañana, deberá retomarse con inteligencia, firmeza y visión de largo plazo. Porque si algo enseña este episodio, es que la política exterior exige paciencia, pero también oportunidad. Y a veces, como ahora, la oportunidad se escapa por culpa de los tambores de guerra que suenan a miles de kilómetros de distancia. Eso pienso yo. ¿Usted qué opina? La política es de bronce.