Tal parece que a Donald Trump ya andaba de mal humor antes de la derrota de los Jefes de Kansas City en el Super Bowl, ya que fue ese domingo, mientras se dirigía a ese grotesco espectáculo “americano”, cuando anunció la importación de 25% de aranceles a las importaciones de acero y aluminio de todo el mundo, incluyendo la de sus “socios” comerciales, México y Canadá, a partir de este martes.

También parece que Trump no entiende, o no le importa, el hecho de que los aranceles (“tarifas” les llaman en aquel país) en realidad son un impuesto a los consumidores, ya que ellos son los que pagan el precio más alto, ya que es imposible que un país aplique impuestos a otra nación soberana.

En cualquier sitio de información general, como Wikipedia, se puede comprender, entonces, que los aranceles, presentados a menudo como una herramienta para proteger la industria local, tienen un efecto contrario al deseado: cuando el gobierno impone aranceles a productos importados, como electrodomésticos, ropa o materiales de construcción, las empresas que importan estos bienes trasladan el costo adicional a los precios finales.

Esto significa que, al final del día, serán las familias estadounidenses las que pagarán más por los productos que necesitan en su vida diaria.

Y la crisis de costo de vida fue la que influyó en el triunfo de Donald Trump tanto cómo el pésimo gobierno de Biden.

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En lugar de proteger a los trabajadores locales, los aranceles reducen el poder adquisitivo de los ciudadanos del país que los impone, en este caso Estados Unidos y aumentan la carga financiera en hogares que ya enfrentan presiones económicas. Por cierto ¿ya vieron que la cartera de huevo rebasa los 10 dólares (200 pesos) por docena, en algunas ciudades estadounidenses?

Bien dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver y Trump bien podría empeñarse en acelerar la destrucción de su propia nación al insistir en enfrentarse con su principal socio comercial y “amigo”, los Estados Unidos Mexicanos, en aras de un nacionalismo trasnochado.