Los pesos y contrapesos que muestran solidez en el sistema norteamericano en México no existen. Las virtudes que en México otorgamos a la democracia “voto a voto” se diluyen cuando el titular del poder puede intercambiar votos por prebendas o dinero público, por lo que, a mayor cantidad de necesitados y pobres, mayor fortaleza tendrá el controlador del presupuesto. En esa lógica se pervierte la dinámica económica de las naciones pues el estímulo positivo para los gobiernos de dar buenos resultados en materia de crecimiento, se convierte en un contra estímulo cuando el partido oficialista no puede ya, mediante mecanismo de asignación de recursos, controlar mayorías electorales.
En México, en un desplante de cinismo, distintos actores de la alta dirigencia del partido gobernante han afirmado que: estimular el crecimiento de las personas desde la pobreza hasta la clase media, termina por ser inconveniente para un régimen de izquierda, y esto es cierto; mantener mayorías empobrecidas favoreciendo al gobernante es una práctica usada por todos los partidos que han tenido bajo su control posiciones ejecutivas, tanto en las entidades, como a nivel nacional y hasta en algunos grandes municipios.
La comentocracia mexicana critica con denuedo el sistema norteamericano del colegio electoral sin percatarse de que este es la resultante del complejo equilibrio que se dio desde la unión de 13 colonias disímbolas y competitivas que requerían que los intereses locales y vocacionales de las regiones se representaran en el gobierno de la naciente América libre. Los padres fundadores de la nación americana representaban, desde el sur esclavista, hasta el norte capitalista, o la Pensilvania libertaria de origen cuáquero. En el estudio de caso publicado como: “Historia de los Estados Unidos” se revisaron con detalle las 13 colonias originarias y luego, el resto de los estados que fueron adhiriéndose a la Unión, estableciéndose con claridad que, lo desagregado y disímbolo del crecimiento, economía y desarrollo social de cada nuevo adherente a la Unión, se veía garantizado en sus intereses, precisamente, por el modelo de colegio electoral; garantizándose así por ejemplo, que los productores de langosta del Maine no se vieran “aplastados” por las mayorías ecologistas de Nueva York pues, a la hora de elegir presidencia y cámaras, el modelo equilibraba mayorías contra intereses. Sin embargo, cuando el modelo norteamericano de colegio electoral se vio sometido al enorme estrés de la guerra civil y el sur aplicó una confederación plena, la polarización causada por cientos de miles de muertos de ambos bandos, gracias al sistema, no derivó en la imposición del norte sobre el sur; por el contrario, tras la firma de la paz se dio paso a un gobierno demócrata/surista que permitió la reconciliación y matizó los extremos del norte capitalista contra el sur agrícola, demostrándose, a pesar de los pesares, lo inteligente que fue por parte de los padres fundadores generar los pesos y contrapesos del Colegio electoral en vez del voto individual universal.
Así pues, el razonamiento simple de que un ciudadano vale un voto y de que la mayoría simple de los votantes (que no los electores) pueden imponer régimen, trae consigo que la cuarta parte de los que pueden votar, ostenten irrestrictamente el poder frente a intereses de la mayor importancia o frente a electores que por desilusión no ejercitan su derecho. Si en México se adoptara un sistema de voto censitario o colegio electoral, los 35 millones de beneficiarios de los programas de bienestar no impondrían al gobierno que los subsidia en todos los espacios.
Vale la pena también analizar con detalle cómo en todos los países de democracias avanzadas, el poder judicial es electo en forma popular pues en nuestra nación todos los que se oponen al partido gobernante critican hasta las verdades elementales que se pudieran señalar desde esta instancia.
Lo cierto es que el Poder Judicial en México es opaco, corrupto y sometido a los intereses políticos y económicos, y los jueces, ocultos en un anonimato y deudores sólo ante quienes los pusieron, tienen prácticas ineficaces por lo que, con un estándar de elegibilidad adecuada y con la obligación de rendir cuentas a los electores en sus distritos judiciales, con opción a revocarse o reelegirse, un sistema judicial electo fortalecería la autonomía de este poder.
Así pues, crear pesos y contrapesos es el único dique efectivo frente a la oligarquía de los partidos, pero el ingrediente que amalgama esta fórmula es la fortaleza económica de las familias, el crecimiento de la clase media, el acceso a crédito al desarrollo barato y, sobre estas claves, ningún partido en México aborda porque a todos conviene mantener la pobreza y con ella, el control desde el poder.