Queda claro para cualquier persona que no actúe con malicia o resentimiento que el rancho Izaguirre no era un “campo de exterminio”, sino un centro de adiestramiento para jóvenes enganchados por un grupo delictivo que creció al amparo del asesinado Aristóteles Sandoval y el ausente exgobernador Enrique Alfaro (a quien en medios corporativos no tocan ni con el pétalo de una rosa) y que terminó por anunciar sus ofertas de “trabajo” en redes sociales y en volantes.

Un campo de exterminio contaba, al menos, con cámaras de gas, hornos crematorios, instalaciones para fusilamientos masivos, o trabajos forzados. Ahora pregunto: ¿Encontraron cámaras de gas en el mísero rancho Izaguirre, ese que fue entregado a disposición de autoridades de Jalisco, quienes, con indolencia y anuencia de Alfaro, dejaron abandonado durante meses? ¿Encontraron hornos crematorios? ¿Encontraron las paredes llenas de agujeros de balas por los fusilamientos masivos?

Esas preguntas se responden solas. Pero lo peligroso, es que, después de que se abrieran las instalaciones del rancho a camarógrafos, madres buscadoras, youtubers y periodistas “profesionales”, medios corporativos como The Guardian y el New York Times, a sabiendas de que no se sostiene la narrativa del campo de “exterminio”, replican este nado sincronizado como preparándole la cama a un intento de intervención de Estados Unidos.

Nadie niega los actos de violencia e ilegalidad, al amparo de Alfaro, que ocurrieron en el rancho, pero de ahí a hablar de que ahí se produjera un exterminio sistemático de personas en razón de su origen, religión, ideología u orientación sexual hay una enorme diferencia. Aquí hay que centrarnos en las familias que buscan a sus desaparecidos, no en estas narrativas mediáticas.