Donald Trump parece haber encontrado una dinámica que funciona como medida de extorsión y como elemento narrativo para reafirmar la supremacía decadente de Estados Unidos.

Esa dinámica arancelaria poco tiene qué ver con las industrias o los efectos económicos, menos aún con planes concretos para fortalecer la industria automotriz norteamericana que, en realidad, será impactada negativamente por el anuncio de más aranceles en 25% a la importación de acero y aluminio.

Tan solo una semana después de la celebrada llamada entre la presidenta Sheinbaum y el mandatario norteamericano que brindó un mes a la imposición de aranceles generales a México, con argumento del papel de nuestro país en la falta de contención migrante así como en la inseguridad y tráfico de fentanilo, esta nueva medida ataca a una industria que ha generado una derrama económica importante. Parece que en realidad, Donald Trump ha elegido el manual del extorsionador comercial, argumentando que México permitía la entrada de acero chino para evitar impuestos.

El golpe es doble: el sector siderúrgica enfrenta ahora una carga impositiva que lo vuelve menos competitivo, mientras que la industria automotriz, altamente dependiente de estos insumos, sufre el aumento de costos en toda su cadena de producción. Si bien, Norteamérica sigue siendo el principal destino de las exportaciones mexicanas, la incertidumbre sobre el futuro del tratado comercial y la presión proteccionista estadounidense han puesto en alerta a las ensambladoras de autos que operan en el país. Algunas, como las instaladas en Puebla, ya estudian su salida de México, lo que impactaría no solo en el empleo, sino en el PIB manufacturero nacional. De hecho, el riesgo de recesión con la nueva realidad arancelaria es inminente.

Las cifras son alarmantes. En 2023, México exportó 3.8 millones de toneladas de acero a EU, representando una parte clave de nuestra industria. Fitch Ratings advierte que si Trump expande los aranceles a más sectores, México podría entrar en recesión en 2025, con una reducción de tres puntos porcentuales en su producción para 2026. En el peor escenario, si la administración republicana impone un arancel generalizado del 25% a todas las exportaciones mexicanas, el golpe sería devastador: una caída del 7% del PIB y la desestabilización de toda la economía nacional.

Las columnas más leídas de hoy

Mientras tanto, la respuesta del gobierno mexicano ha sido cautelosa. La presidenta Claudia Sheinbaum ha mantenido un discurso mesurado, llamando a la calma y asegurando que su administración fortalecerá la producción nacional para hacer frente a la crisis.

Con la renegociación del T-MEC en el horizonte, la relación comercial entre México y EU se encuentra en su punto más frágil en décadas. Washington ha dejado claro que quiere usar el tratado para limitar el acceso de China al mercado norteamericano, sin importar el costo para sus socios. Trump ha demostrado que no ve a México ni a Canadá como aliados en igualdad de condiciones, sino como piezas de una guerra comercial donde solo importa el interés estadounidense.

El problema no es solo económico. La Casa Blanca ha utilizado la crisis del fentanilo y la seguridad en la frontera como excusas para endurecer su política comercial, exigiendo concesiones en otras áreas a cambio de aliviar la presión arancelaria. En este juego de chantaje, México sigue reaccionando en vez de prever.

Las exportaciones mexicanas a EU superaron los 500 mil millones de dólares en 2024, pero esa cifra podría desplomarse si la actual administración no toma medidas inmediatas para diversificar sus mercados y fortalecer la industria nacional. La supremacía comercial estadounidense está en decadencia, pero su poder para desequilibrar economías sigue intacto. México no puede seguir dependiendo de la buena voluntad de Washington ni permitirse la ingenuidad de creer que los acuerdos comerciales bastarán para frenar la extorsión política de Trump.