El Monstruo Come-Galletas y Mickey Mouse cogían una mañana cerca de la esquina de la calle 77 y la avenida 37, en Jackson Heights, Queens, New York. O bien hacían el amor, para los románticos y los hispanoparlantes en general. Un poco antes habían desayunado tacos, tostadas y burritos; también, ingerido cervezas debajo del puente férreo del tren, en la Avenida Roosevelt (Miki cumplió incluso el capricho de una rica arepa colombiana con queso). Oían música, aunque no la acostumbrada bachata, cumbia, merengue, ranchera o quebradita -habían apagado el radio-, sino a Chaikovski. El edificio contiguo es una pequeña escuela de música y ballet. Un profesor venezolano ofrecía su lección matutina, o tocaba acaso un valse para la clase de danza.

Hacer el amor, follar o coger se había convertido en una pasión harto disfrutable después de arduas discusiones como la sostenida la tarde-noche anterior, cuando trabajaban en Times Square. Y es que Come-Galletas había sido advertido por la policía luego de que una familia de turistas lo señalara, sin pruebas contundentes, de tocar a una criatura. A su vez, el Ratón había sido acusado por el Monstruo, como desde hacía meses, de hacer trampa y tomar más de la mitad de las propinas recolectadas en común acuerdo desde que decidieran tomarse de la mano, representar escenas amorosas frente a los viajeros y acoplarse al compartir la vida en una recámara de Jackson Heights.

Un acostón, una entrega fugaz y todo volvía a la normalidad, al menos por 24 horas. Después de fornicar y refocilarse, durmieron; arrullo fueron los monótonos arpegios del piano fofo y desafinado. Al despertar volverían a comer antes de subir al tren número 7 para descender en la estación de la calle 42. A un costado del sobreviviente y como oscurecido ante tanta luz circundante Teatro Victoria, al pie de sus escaleras, se colocaron el instrumental de trabajo; las famosas botargas roja-negra y azul. Empezaron la jornada, previa sonrisa congelada de muñeco: cazar fotos, abrazar a los visitantes aun sin su consentimiento, posar en las esquinas iluminadísimas del cuadrado, alternar de manera extralógica con Superman, Batman, Chewbacca, El Hombre Araña… volver a pedir dinero. Correr siempre por una moneda o un billete.

A la proximidad de la media noche la actividad se había tornado frenética por la gente que saturaba la zona, mucha de la cual, sin embargo, después de la fotografía rehusaba siquiera dar un dólar. Aun así y después de algunas cervezas furtivas, Come-Galletas no dejó de vigilar que Miki fuera a sustraer algún billete del depositario común. Medio ebrio ya, creyó registrar un faltante. Se encabronó, hizo rabietas y comenzó a gritar.

Se reclamaron mutuamente. Perdieron el control, se dieron de empellones. Las grandes orejas de Mickey terminaron en la bocota del Monstruo; este mordió la colota del Ratón. Cuando Come-Galletas tuvo su ojote en riesgo, dio un tirón a la lenguota de Miki. Rodaron por el suelo. Llegaron algunos Superhéroes tratando de separarlos; Antorcha Humana casi los quema. Elmo, que había sido pareja del Ratón por un tiempo, trató de calmarlo con un abrazo y dulces palabras. Al fin, Batman y Robin jalaron a Mickey, y Chewbacca enredó sus peluchotes a los del Monstruo. El Hombre Araña, Transformer, Guasón, Linterna Verde, Mujer Maravilla, Hulk, La Mole, El Llanero Solitario, Hello Kitty, Peter Pan, Sheriff Woody, SpongeBob SquarePants, junto al tonto Patrick, El Gato con Botas, Chucky, Stuart, Enrique y Beto tomados de la mano…, todos los que gusten o quieran imaginar, todos llegaron y rodearon al par; incluso esa botarga con piel humana, The Naked Cowboy, guitarra en mano. La pareja de muñecos se recriminó en español y se insultó con palabrotas en inglés. El griterío creció a tal grado que llegó la policía e hizo uso de la fuerza.

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El arresto se convirtió en escándalo y dio pie a que la prensa neoyorquina abordara una vez más el de las botargas de Times Square como un fenómeno sin control que tendría que regularse. Se repitió que en días pasados un Elmo había lanzado diatribas contra los judíos; un Superhéroe había despotricado contra los homosexuales y sus exhibiciones públicas de amor; un Come-Galletas había sido arrestado por empujar a un niño cuando discutía por la propina con la madre; Hombre Araña había cogido a puñetazos a una mujer que, tomándole la foto, a cambio de un dólar le lanzó bolazos de nieve; a Súper Mario lo prendieron por haber agarrado la nalga a una muchacha; otro Elmo fue detenido por acosar a turistas mezquinos con agresivas peticiones de dinero, pues nunca basta con 25 centavos.

El show de aquella noche no fue una sorpresa para la policía. Demandaron a la pareja desprenderse de sus cabezotas e identificarse: Patricia, la ecuatoriana, el roedor de Walt Disney; Francisco, el mexicano, el peluche de Sesame Street. Se dispersaron los héroes y antihéroes. Y ya nada volvería a ser igual. Su libertad sería menguada en el futuro.

Cuando los detenidos caminaron a la patrulla, al Monstruo le pareció reconocer, en medio de la ensordecedora algarabía de Times Square, una música suave, dulce. Miró alrededor e identificó, sin saber, a la nueva botarga decembrina, El Cascanueces, de cuyo militar uniforme colgaba un aparato que reproducía una melodía que él y Miki habían escuchado sin querer, recibida desde un piano por la mañana, tal vez la Danza del Hada de Azúcar, el Vals de las Flores o el Vals de los Copos de Nieve. Juguetonas, volaron unas mínimas, erizadas y bellas hojuelas blancas entre los enormes edificios y sobre el amplio espacio y el bullir de las cabezas de Times Square. Consternado, el ratón experimentó un irreprimible amargo-seco impulso lagrimal en nariz, ojos y garganta; sintió en el pecho un vago pero hondo e insoportable deseo de llorar.

Título: Un amor de Times Square

Autor: Héctor Palacio

Del libro: En busca de Nils Runeberg y otros ejercicios

Editorial: Praxis/SDPnoticias.com

Año: 2016, México.

P.d. “Danza de las flores” de El cascanueces (1892), de Chaikovski, con coreografía de George Balanchine con New York City Ballet. Obra, por cierto, basada el en cuento “El cascanueces y el rey de los ratones”, de E. T. A. Hoffmann, adaptado por Alejandro Dumas; para agregar algún dato más a lo trillado.

En busca de Nils Runeberg; Julieta Olalde, 2016.

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo