Según Carlos Loret de Mola, a quien con más frecuencia leo en El Informador que El Universal –no estoy suscrito al diario de Juan Francisco Ealy Ortiz ni estoy dispuesto a pagar para leerlo–, la 4T ha logrado una macabra división en el gremio periodístico, “que gozaba de una insólita y feliz atmósfera de compañerismo tras la apertura democrática que significó la llegada de Vicente Fox al poder”.
Lo afirma Loret para dar contexto a su tesis central: los gobiernos de izquierda mexicanos han trabajado “duro para romper esa unidad y beneficiarse del pleito de los medios contra los medios”. Es el diagnóstico de un periodista que toda su vida trabajó para los muy grandes medios de comunicación tradicionales, en los que desempeñó una función bastante digna, hasta que perdió el sentido de la ética favoreciendo a un funcionario acusado de nexos con el narcotráfico, Genaro García Luna, a quien Loret le regaló el más lamentable montaje para presentarlo como héroe.
Fuera de los medios tradicionales, Loret —con financiamiento de un grupo priista absolutamente antidemocrático, el encabezado por Roberto Madrazo—, ha emprendido una costosísima campaña de agresiones contra los proyectos políticos del expresidente Andrés Manuel López Obrador y de la presidenta Claudia Sheinbaum; campaña que pretende pasar por periodismo de investigación, pero que no es más que la difusión de materiales conseguidos vía el espionaje.
Ignoro si la unidad de la prensa verdaderamente empezó con la llegada de Fox al poder, pero voy a dar por buena esta tesis de Loret de Mola. Pero esa unidad no se rompió a partir de 2018, con la llegada de la izquierda a la presidencia: se rompió bastante antes, en el propio gobierno de Vicente Fox, cuando desde la oficina de este gobernante se organizó a los grandes medios, a las organizaciones empresariales y a los entonces mayores partidos políticos –PRI y PAN– para buscar destruir con toda clase de calumnias a Andrés Manuel López Obrador.
El colmo fue la participación de los medios en el fraude electoral del 2006. Es decir, la participación de los medios que seguían unidos –la mayoría de ellos– porque hubo excepciones muy notables: La Jornada, Proceso, algunos pocos columnistas de otros periódicos y destacadamente el noticiero de Carmen Aristegui, que decidieron no sumarse a la unidad periodística para aplastar a AMLO y a la izquierda.
Fue tan brutal el cerco mediático contra el movimiento encabezado por López Obrador, en el que participaba en primera línea Claudia Sheinbaum, que personajes honestos y comprometidos del periodismo mexicano, los moneros El Fisgón, Hernández y Helguera, decidieron lanzar la revista El Chamuco para intentar romper un muro muy fuerte construido con silencio —y con mentiras cuando no era posible dejar de informar— con el que se pretendió acabar para siempre con la izquierda mexicana. Conozco esta historia porque El Fisgón, Hernández y Herlguera me concedieron el honor de acompañarlos durante una temporada en el arranque de El Chamuco.
Un gran ejemplo de que el compañerismo entre periodistas había desaparecido fue una caricatura, creo que de Hernández, en la que se adiestraba, se paseaba como inofensivos perritos a los principales comunicadores de aquella época, muchos de ellos todavía vigentes. Fue una caricatura que la gente, con sus propios recursos, amplificó y usó como bandera en no pocas marchas: esa imagen la vi muchas veces en cartelones y mantas que denunciaban la complicidad mediática con aquellos gobiernos para destruir a la izquierda.
El compañerismo, del que habla Loret y que dice nació con Vicente Fox, no incluyó a periodistas de izquierda —o liberales y hasta neoliberales— que no aceptaron la traición democrática del primer presidente panista. Ese compañerismo continuó en el sexenio más lamentable que hemos conocido, el de Felipe Calderón, quien declaró una absurda guerra contra el narco solo para usarla de propaganda, de estrategia para que se olvidara el fraude electoral que lo llevó a la presidencia. Seguimos padeciendo los horrores de esa guerra perdida, en la que calderón entregó la conducción de las operaciones bélicas a un amigo de Loret, hoy preso en Estados Unidos condenado por narcotráfico, el señor García Luna.
En opinión de Loret, el “punto climático” de aquella unidad gremial periodística fue ver a don Julio Scherer, fundador de Proceso, en un programa de Televisa. Hizo una excelente entrevista el señor Scherer al subcomandante Marcos, según recuerdo, y qué bueno que se difundió en televisión nacional. Pero difiero de Loret en su afirmación de que ese fue el punto climático de aquel compañerismo periodístico. La gran unidad de los medios la vimos unos años después, en el gobierno de Felipe Calderón, cuando los principales medios de comunicación se reunieron para pactar un “acuerdo contra la violencia”, es decir, no para combatirla, no para exigir al genocida Calderón ni al narcotraficante García Luna que detuvieran el baño de sangre, sino simple y sencillamente para comprometerse a no difundir las atrocidades de la estúpida guerra contra el narco.
Loret, si fuera serio y objetivo, diría que la unidad periodística de los dos gobiernos panistas y del último sexenio priista, el de Peña Nieto, no se logró por la transición democrática, ya que claramente fue una unidad fomentada para golpear al proyecto democrático de la izquierda mexicana. Aquella unidad, digamos las cosas como son, se consiguió con dinero para las empresas mediáticas y para sus principales periodistas. Si ese arreglo se rompió no fue por las críticas de López Obrador a la prensa ni por las que ahora lanza la presidenta Sheinbaum al mal periodismo: esa unidad periodística se rompió porque disminuyó a mínimos históricos el presupuesto destinado a la compra de conciencias. Esta es la verdad.