El senador Gerardo Fernández Noroña (cuesta llamarle así a un legislador cuyo perfil encaja mejor con el de tribuno de la plebe que con el de senador de la República) aseguró hace unos días, en una entrevista con Adela Micha, que no importaba –a su juicio– que los inversionistas extranjeros decidiesen retirar su dinero y llevarlo a otra región del mundo, como respuesta a la incertidumbre provocada por la reforma al poder Judicial.
Sí, tan sorprendente como puede leerse, Noroña desestimó la importancia de los capitales extranjeros en México, como si el país estuviese cerrado al comercio internacional, y como si la economía mexicana no dependiese en buena medida de su relación con Estados Unidos y de la inversión de extranjera directa.
Horas después la presidenta electa Claudia Sheinbaum, en un legítimo esfuerzo de ofrecer mensajes de calma ante el torbellino provocado por la reforma, salió frente a las cámaras a declarar que las inversiones no saldrían del país. Acto seguido, ante pregunta expresa, aseveró que no estaba de acuerdo con el senador Noroña.
No se trata de la primera vez que Noroña pone en aprietos a la presidenta electa. Quizás como resultado de la estridencia incontrolable del incendiario legislador, sumado a un radicalismo a ultranza que pretende soñar con el rancio socialismo latinoamericano al estilo cubano o venezolano, Sheinbaum decidió apartarlo de los puestos clave de gobierno.
Sin embargo, Noroña no jugó mal sus bazas. Hay que reconocérselo. Le fue concedida la mesa directiva del Senado, lo que supera por mucho el perfil del propio legislador.
Bien vale reconocerle también al legislador la templanza demostrada ante los ataques verbales de Lilly Téllez del martes por la noche, y por la conducción en general de las discusiones en el marco del debate sobre la reforma. Es todo. Nada más que añadir en favor del petista.
El nombre de Gerardo Fernández Noroña no será como el luchador social que él mismo ha jurado siempre encarnar, sino por haber servido como principal propagandista de un régimen que ha atropellado los derechos de las minorías, que ha buscado destruir la democracia, que ha lastimado a millones de mexicanos, y que sufrió, para su propia vergüenza, el desdén público de la primer mujer presidenta.