Todo el debate parece centrarse en el hecho de que sólo con dos o tres diputados y un senador el oficialismo conseguirá la mayoría calificada (66%), lo cuál sumado a la mayoría de las legislaturas locales (estados, se ocupa el voto mayoritario de, mínimo, 17) faculta al constituyente a cambiar nuestra carta magna; es decir, no es preciso siquiera que el ejecutivo y su partido se afanen en construir mayorías para ese fin, si no que prácticamente se tiene esa prerrogativa desde el día uno, tanto de la nueva legislatura cómo de la próxima nueva titular del ejecutivo, con todos los riesgos que esto, de tratarse de un gobierno federal irresponsable, tendría, con un potencial pronóstico reservado; un arma de doble filo, en los hechos, ya que por otro lado el fantasma del estancamiento del proceso político y la ingobernabilidad quedan exorcizados, pero lo cual a su vez hace que recaiga casi absolutamente toda la responsabilidad en el oficialismo en lo referente a la gobernanza del país.
Pero veamos, hay que analizar cómo y porque se llega a este escenario, que es en los hechos un regreso al sistema de gobierno de partido de Estado, que prevaleció en México desde el final de la Revolución mexicana hasta por ahí de 1997, donde el Estado mexicano, gracias a sucesivas reformas coronadas por las político electorales de 1996, comenzó a funcionar acorde a la letra constitucional, dejando atrás, cuándo menos pretendidamente por algunos actores políticos de avanzada el que básicamente fuera en la práctica la Constitución letra muerta.
El problema es que estos actores pecaron de ingenuos, México no estaba listo para ser “aventado al ruedo” de esa forma; sin duda que el proceso debió tanto ser más gradual, los líderes políticos qué sucedieron a partir de esa pretendida transición democrática estuvieron demasiado lejos de la estatura y altura de miras requerida para esa nueva realidad política y su marco jurídico. Aquello de que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, pocas veces se puede demostrar mejor, y de ahí, de esos gobiernos en ese periodo, con énfasis en el 2000 - 2018 hizo que el electorado, consciente o inconscientemente decidiera dar, en los hechos, un giro de 180 %, pero sin ser casualidad, esos años fueron de frivolidad, abuso, torpeza, ineptitud e infamia a todos niveles, y henos aquí, prácticamente en el punto de partida de nuevo, sin tener la certeza todavía de si es que vamos, cómo país, a consolidar de manera exitosa nuestra transición democrática, al extremo opuesto de la española por ejemplo y su paradigmático éxito. En lo personal, me permito algo de optimismo, el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene a Madero cómo uno de sus guías a seguir y ha dado pasos firmes e incuestionables en esa dirección, y su sucesora, la doctora Claudia Sheinbaum tiene indudables convicciones democráticas también; México se encuentra pues en una encrucijada, en la que ya estuvo hace ya un cuarto de siglo, esperando esta vez, que no se repita el estrepitoso fracaso que, indudablemente cómo país, ya experimentamos, con todos los perjuicios (innecesariamente dolorosos y extendidos en el tiempo) que han representado para este, nuestro México.