La guerra de Gaza ha provocado, hasta ahora, aumento en el precio del gas natural, el oro y el petróleo, por el efecto sistémico de los bienes estratégicos de demanda inelástica, que provocan cambios en las zonas donde no hay conflicto y en sucedáneos de la energía que no se está produciendo, pero más en el gas que en el petróleo. Algo parecido sucedió con todos los alimentos a raíz de la guerra en Ucrania. Sin embargo, en general, la inflación se ha estabilizado en la Eurozona. Eso invita a pensar que el mundo ha normalizado la guerra como una variable más en el sistema financiero. Eso es bueno para la economía, pero malo para los seres humanos que están en el centro del conflicto, porque las potencias no tienen prisa para que terminen, y pueden encontrarse con la indolente indiferencia de unos o la avaricia de otros que ven la guerra como una oportunidad (fabricantes de armas, los más obvios, pero muchos otros, incluyendo compañías de alimentos imperecederos).
Lo he mencionado antes, y lo reitero: el mundo está virando hacia el pasado, no hacia el futuro. Estamos volviendo, con matices a un mundo bipolar, de “Occidente” contra “Oriente”. Aunque esa distinción es demasiado simplista (en Occidente están Portugal, Canadá, El Salvador y Hungría; de oriente ya ni hablemos), esto nos obliga a ver las cosas, también, de modo más regional y estratégico que meramente nacional. Ya no podemos hablar de Gaza, sino de Medio Oriente, porque así se están tomando las decisiones en los gabinetes de las potencias militares y comerciales.
Los conflictos armados se están volviendo cada vez más una posibilidad a nivel internacional y también doméstico. Cada vez cuesta más trabajo seguir en el adormecimiento optimista que nos dejaron los años noventa. En esta tesitura, Medio Oriente tiene el 48% de las reservas probadas de energía del mundo, y en 2022 esa región produjo el 33% del petróleo utilizado en el mundo. Recordemos que algunos choques económicos no han sido consecuencias directas de un conflicto sino represalias regionales a conflictos ajenos, como el embargo de petróleo de los países árabes de 1973.
A nivel comercial, la “guerra” entre Estados Unidos y China era una exageración, hasta que los primeros decidieron vetar a una empresa estratégica para el gobierno chino (Huawei) y la segunda decidió (porque fue una decisión) interrumpir el suministro de chips para fabricar automóviles, que sin embargo no escasearon para las compañías chinas, que hoy inundan el mercado americano. El nearshoring es un proceso ya en movimiento y cada vez más se busca que las empresas salgan, no de China, sino de Asia en general.
Finalmente, los problemas de fondo y los activos estratégicos de los países están siendo los de antes: energía (sobre todo petróleo y gas), alimentos y agua. Resulta que la pirámide de necesidades sigue teniendo vigencia, con o sin unicornios en Silicon Valley.
A nivel nacional, el crecimiento económico quizás termine por alcanzar el 4% que prometió el gobierno, aunque por razones más que bizarras y porque sigue el rebote de la pandemia; ahora bien, su manejo de la deuda es algo de reconocerse, porque Argentina nos demuestra que con todo y rebote, se puede están en una situación de estanflación, la única que desafía toda lógica y lo único que exhibe es imbecilidad macroeconómica. Nosotros la tuvimos durante todos los años ochenta.
Particularmente, destaca que el mayor crecimiento en México ha sido del sector primario, es decir, la agroindustria y actividades agropecuarias, lo que implica, necesariamente, un aumento en la producción de alimentos, que a su vez tienen un impacto positivo en la inflación general, al no tener que importar tantos. La seguridad alimentaria ha dejado de ser una frase hueca de izquierdistas y se ha vuelto una verdadera prioridad para los países que saben leer procesos históricos.